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domingo, 25 de octubre de 2009

ओदा अ ला मुएरते

Nace una lluvia en el fondo de un vaso cuando no hay distancia que reduzca las penumbras ni el cansancio que se clava en el plomo al amarnos.
Nos falló la tuerca de la rueca del destino -que en su canto perece a cuentagotas- como granos de nubes que se desmoronan.
No me niegues ese velo muerte mía ni el sutil modo del discurrir la comisura de tus labios –besándote la risa- tiritando un suspiro en la sinrazón de la calma.

No me niegues muerte mía ni me quites la dicha de la muerte
Que sin ti soy nadie y sin mí apenas soy una leve sombra sin cuerpo por que la muerte llega cuando uno acepta que se ha muerto…
Recostado en las cosas perennes donde hay un dios primitivo que calcina con su sueño al posar en sus manos el cadáver de cualquier pordiosero, he amado tantas veces y con un amor tan blanco que peca de ser negro en la necrofilia de los besos diferentes, ajenos a mi anatomía. Es por ello que palidece mi alma con la fiebre y vomita sin más blasfemias sobre blasfemias en las cosas que resbalan por la mente y queman la conciencia.

Cuando pides que pare no escucho, cuando te quejas te persigo y fastidio hasta el cansancio.
Pobre de ti muerte mía, mira que temerle al mar no es suerte para una muerte; ¡abrase visto tanta estupidez en dos amantes y tanta metida de pata en un solo cuerpo!
Mucho me temo que no es justo y nos espera el lecho nupcial, por capricho, cantando a las olas, arrojando fluidos y polvo a las aguas indiferentes.

No me niegues, muerte mía, la tormenta y el amor a la hora de nuestra muerte.